Oriental
«(del lat. orientalis) Adj. 1.
Natural del oriente o de
Oriente (Asia y regiones inmediatas) […]
5. Uruguayo. Aplicado a personas. Usado
también como sustantivo».
Diccionario
de la lengua española. Real Academia Española.
El avión de Swissair, casi vacío,
aterrizó la noche del siete de julio de 1975 en el aeropuerto «La Capital» de
Pekín. Cuando salí para bajar por la escalerilla, me golpeó una ola de calor
húmedo mientras, en medio de una mansa llovizna, un retrato de Mao Zedong me
miraba como dándome la bienvenida a la República Popular China.
Yo tenía diecisiete años y viajaba
con mi hermana Laura, un año menor, y con mis padres, y desde entonces y
durante más de diez años fuimos los únicos uruguayos que vivimos en el país más
poblado de la Tierra. Ese día marcó para mí el comienzo de una relación directa
con China que ya lleva casi medio siglo.
Venía de una ciudad como Montevideo
que está considerada la capital más alejada de Pekín en el mundo, del sur al norte,
de Occidente a Oriente, del Atlántico al Pacífico, del invierno al verano y del
capitalismo al socialismo.
Estábamos justo del otro lado de la tierra
donde había nacido, y para mí fue como llegar a otro mundo, en el cual,
mientras mis padres trabajaban, mi hermana y yo dedicamos los primeros años a
los estudios.
Ellos ejercieron como correctores de
estilo de español en Ediciones en Lenguas Extranjeras —organismo oficial
encargado de la publicación de revistas y libros en diferentes idiomas—, y
formaron parte de lo que los chinos llamaban «expertos extranjeros».
Mi hermana y yo estuvimos dos años
estudiando chino en el entonces llamado Instituto de Lenguas de Pekín (北京语言学院) —en la
actualidad Universidad de Lengua y Cultura de Pekín (北京语言大学)— y luego entré a
Qinghua ( 清华大学), una de las dos universidades más prestigiosas
del país. Allí estuve cinco años cursando en chino la carrera de Informática, donde
obtuve mi licenciatura, y coincidí durante un tiempo con el actual presidente
Xi Jinping que entonces estaba en la facultad de Química.
En plena Guerra Fría, había llegado a
una China donde aún vivía el Presidente Mao, que seguía convulsionada por la
Revolución Cultural y muy aislada del y por el mundo. Allí pude ser testigo de
acontecimientos históricos como la muerte del también conocido como «Gran
Timonel», tensas luchas políticas con multitudinarias manifestaciones, incidentes
en la famosa plaza de Tian’anmen, la caída de «La Banda de los Cuatro»,
liderada por la viuda de Mao, y el comienzo de la política de reformas y
apertura al exterior.
También en la capital china viví el primer terremoto de mi vida, el que está considerado uno de los movimientos sísmicos más devastadores de la historia moderna del mundo.
En medio de una muy reducida colonia
extranjera, y sin los modernos medios actuales de comunicación e información —internet,
celulares, televisión por satélite— vivimos varios años prácticamente aislados
del mundo. Nada más llegar, y al ver que un barrio de Pekín tenía más
habitantes que todo el Uruguay, aprendí a relativizar las cosas y cambiaron las
nociones que hasta entonces tenía sobre lo que era grande o pequeño, mucho o
poco, viejo o nuevo. También añoré cosas en principio insignificantes a las que
no les había prestado atención en el pasado, como, por ejemplo, un buen café,
un limón, el olor y la vista del mar, el canto de los teros, o el sabor del
dulce de leche o de membrillo.
Para mis padres, seguir tomando mate
fue uno de sus mayores retos, y más de una vez los llegué a ver usando
literalmente «la yerba de ayer secándose al sol», como dice el tango
Mi vida y la de mi familia cambiaron
por completo en casi todos los aspectos; la comida, los horarios, las
costumbres, la vestimenta, y tuvimos que acostumbrarnos a muchas cosas nuevas,
como tomar agua caliente en pleno verano.
Allí pasé por diferentes etapas,
desde la experiencia de estar siete años en dos universidades, trabajar como
periodista para la Agencia EFE, dedicarme a la promoción y a realizar estudios
de mercado para la Oficina Comercial de la Embajada de España, hasta trabajar
en una empresa muy relacionada directamente con un sector clave en la economía,
como es el mundo del petróleo.
Mientras estudiaba en la universidad,
y como parte de los métodos de educación de esos años, trabajé en dos fábricas
y en una Comuna Popular en el campo. También me manifesté en dos ocasiones en
la plaza de Tian’anmen, la primera vez para condenar a Deng Xiaoping y la
segunda para celebrar la caída de «La Banda de los Cuatro».
He podido vivir China bajo diversos
líderes, desde Mao Zedong, hasta posteriormente Hua Guofeng, Deng Xiaoping, Hu
Yaobang, Zhao Ziyang, Li Peng, Yang Shankun, Jiang Zemin, Hu Jintao, Wen Jiabao
y ahora Xi Jinping.
Fui testigo directo de lo que pasó en
el país antes, durante y después del llamado proceso de reformas y apertura al
exterior que se inició a finales de diciembre de 1978. Para que un ciudadano
local en la actualidad haya vivido ese mismo período debería tener unos sesenta
años. Por lo tanto, me tocó vivir y ser testigo de acontecimientos que una gran
parte de la población china solo conoce hoy, en el mejor de los casos, por historias
familiares, películas o libros.
Así tuve la oportunidad de vivir una
experiencia única, muy enriquecedora en muchos aspectos y que me generó una
forma de ver el mundo y las cosas desde otro ángulo y con otras dimensiones.
Tras la muerte de Mao fui viendo los
pequeños y paulatinos cambios que iban teniendo lugar, desde la llegada de la
Coca-Cola hasta la transformación de varios aspectos de la vida diaria: la
vestimenta, el suministro en las tiendas, los servicios, la oferta cultural y
hasta las costumbres y hábitos de su población,
Los cambios que ha experimentado
China en estos más de cuarenta años han sido tan espectaculares —cosa que nadie
en el mundo pone en duda— que podría decir, sin exagerar, que dentro de un
mismo territorio, en el fondo, he vivido en dos o más países diferentes.
Si me hubiese quedado dormido a
finales de 1975 y despertara ahora, prácticamente no reconocería ni la ciudad
ni el país, salvo, quizás, por alguna imagen familiar como la plaza de
Tian’anmen; utilizaría expresiones que casi nadie entendería, y tampoco
comprendería muchas palabras de la actualidad.
Para muchos, la experiencia vivida me
convertiría en un «experto». Sin embargo, a medida que ha ido pasando el
tiempo, he sido cada vez más consciente de la complejidad de todo lo
relacionado con el mundo chino y de lo difícil que es hablar o escribir sobre
el país.
Llevaba décadas pensando en escribir
un libro, mientras que cuanto más pasaba el tiempo, más difícil se me hacía,
como le ocurre a mucha gente después de largas temporadas viviendo en China. Creo
que son una muy reducida minoría los que, después de haber residido décadas o
incluso nacido en Pekín, han escrito algo —muchas veces ni siquiera un artículo—
sobre su experiencia o aspectos del gigante asiático.
Los pocos que conozco que lo han
hecho, ha sido después de muchos años y en algunos casos de una forma muy
particular, refiriéndose a etapas y casos muy concretos. Y conozco a muchas
personas, de todos los continentes, que hablan un chino perfecto y conocen
todas las costumbres locales, que han vivido experiencias mucho más
interesantes que la mía, pero que no han escrito ni una sola línea.
En teoría, parece un país fácil de
entender tras una breve estancia —«los chinos son así», «a los chinos no les
gusta esto», «los chinos prefieren aquello», y un largo etc.—, pero, con el
paso del tiempo, estoy cada vez más convencido de lo complejo que es. Aparte de
ser una nación milenaria, los cambios han sido y son casi constantes, surgen
sin cesar cosas nuevas, al tiempo que otras desaparecen o regresan del pasado.
Lo que hoy es «bueno» hasta ayer podía ser «malo», o viceversa; lo blanco se
podía transformar en negro, para volver a ser blanco en algún caso, o gris en
otro. Si en muchos aspectos los cambios se producen a una velocidad
supersónica, en otros el país parece haberse quedado estancado en alguna de sus
milenarias dinastías.
Por eso, cuando más tiempo se está
relacionado con China, más cuesta no solo escribir, sino, simplemente, hablar
del país. Por lo menos ese es mi caso y el de gente que conozco y que ya lleva
décadas —o toda una vida— como residentes. Al final, sin embargo, me he
decidido a dejar una constancia por escrito de lo vivido, para que aquellos
interesados en el gigante asiático tengan un testimonio de lo que fui testigo
en una etapa muy especial de su historia y que espero resulte de interés. Creo
que en español se pueden encontrar muchas versiones y análisis sobre la China
de hoy, o sobre el proceso de reformas que ya lleva más de cuatro décadas; pero
no sé si pasa lo mismo con la época anterior a ese proceso, que, en mi opinión,
abarcó, en un corto período de tiempo, los años de cambios más radicales y
espectaculares en la historia reciente de la República Popular.
En las páginas que siguen lo que
intento reflejar es cómo era el país en los años setenta, cómo viví en él, las
cosas que veía y que en algunos casos no entendía o no me gustaban. Son
recuerdos, impresiones y reflexiones de esa época, intentando también hacer en algunos
casos una comparación con la actualidad.
Para los lectores no familiarizados
con la historia de mi país me gustaría destacar que lo que hoy es la República
Oriental del Uruguay era conocida en la época de la colonia como la «Banda
Oriental» del Virreinato del Río de la Plata, por encontrarse al este del río
Uruguay, y por eso «oriental» ha sido y es también sinónimo de uruguayo o de
todo lo relacionado con Uruguay. De ahí que estos sean recuerdos doblemente
orientales: de un «oriental» uruguayo, y sobre este nunca mejor llamado lejano
Oriente.
Este libro ha sido escrito basado en
lo que me queda de memoria de esos años, y las fuentes utilizadas, en especial
para mencionar citas, fechas o nombres, provienen de mi archivo personal de
publicaciones de la época que aún conservo, aunque en algún caso he debido
recurrir a fuentes chinas para refrescar algunos episodios, entre ellas la hemeroteca
del Diario del Pueblo, el principal
órgano de prensa del país.
Por último, en estos años repletos de fuentes de
información, pero paradójicamente de tanta amnesia y en muchos casos
mediocridad, me gustaría recordar, en especial para las nuevas generaciones,
que hasta hace unas pocas décadas atrás, solo el hecho de mostrar interés por
el país asiático, intentar acercarse o querer ser su amigo, podía tener en
muchos países, como el mío, consecuencias muy trágicas, que incluían la cárcel,
la persecución, atentados terroristas o, incluso, la muerte o «desaparición» de
personas como lo que vivimos en el Cono Sur. Creo que es bueno mencionarlo,
ahora que es muy fácil y está de moda hacerse amigo o acercarse a China.
-----
"Los años setenta en China-Recuerdos de un oriental en Oriente" puede conseguirse en papel, sólo en España, a través de este enlace y en las plataformas de Casa del Libro, FNAC u otras similares.
En versión ebook (con un prólogo del embajador uruguayo en China, Fernando Lugris) está en Amazon o plataformas similares en todo el mundo
No hay comentarios:
Publicar un comentario