Hoy es el
Día Mundial de la Lengua China, según una resolución, de hace ahora diez años,
de las Naciones Unidas “cuyo objetivo es celebrar la diversidad multilingüe y
cultural, así como promover el uso equitativo de los seis idiomas oficiales” del
organismo internacional.
En unos
pocos días, el 23 de abril, le tocará al español. Los otros idiomas oficiales
son el árabe, el francés, el inglés y el ruso.
Creo que es
bastante conocido que el chino es el idioma más hablado del mundo, seguido por
el español; una de las lenguas más “de moda” en el estudio de idiomas
extranjeros y considerado por muchos como el más difícil del mundo.
Mi experiencia con la lengua china comenzó siendo casi un niño, en la librería “Nativa Libros” que mi padre tenía en Montevideo, donde vendía unos manuales de estudio, de los cuáles nunca pude pasar, creo, de la página cinco. Pero desde entonces ya fui consciente de lo difícil que era estudiar por cuenta propia un idioma con una pronunciación muy diferente a la del español, sin alfabeto y con una escritura muy complicada que exigía y exige el uso constante de la memoria.
Luego, y ya con
diecisiete años, tuve la oportunidad de estudiarlo en el entonces llamado
Instituto de Lenguas de Beijing 北京语言学院 (conocido hoy en español como Universidad
de Lenguas y Culturas de Beijing - 北京语言大学- o BLCU en sus siglas en inglés).
Después de
dos años de estudio, reconozco que al graduarme, era muy poco lo que podía
entender, así como lo que me entendían. Mi frustración fue mayor cuando un día
le pregunté por una dirección a un soldado y me respondió “对不起我不会英文” (lo siento, no hablo inglés).
Luego pasé a
la Universidad de Qinghua, (清华大学, aunque en inglés ha recuperado su
nombre original de “Tsinghua”) donde estudié en chino la carrera de informática
en medio de una Facultad con cientos de estudiantes chinos y sólo tres
extranjeros, ninguno de los cuales hablaba español. Por cierto en los años
pasados en Qinghua también estaba el actual Presidente chino Xi Jinping, entonces
en la Facultad de Química.
Y desde
entonces y hasta ahora, después de cuarenta y cinco años, el chino ha ido y es,
junto con el español, el principal idioma en toda mi vida profesional, el cual
debo usar para comunicarme, leer y escribir.
De lo que ya
me había dado cuenta en Montevideo –la extrema dificultad de este idioma- se
comprobó en la práctica luego de llegar a la República Popular en el año 1975.
El idioma
sigue siendo el mismo, con los cambios lógicos de los tiempos pasados, pero
cuando lo estudiamos teníamos varias dificultades añadidas que no tienen los
que hoy y en los años recientes, se dedican a su estudio.
En primer
lugar, y por los factores políticos de esos años, los pocos que lo estudiamos
entonces, no teníamos relaciones con la población local. Hoy, cualquier
extranjero puede comunicarse libremente con un ciudadano chino, tener amigos en
el país e incluso llegar a tener una pareja y hasta casarse con una persona del país.
En segundo
lugar, y quizás lo más importante, es que entonces no existían los medios
informáticos modernos de la actualidad, que tanto han ayudado a su aprendizaje
y uso. Así la memorización, la repetición hasta el agotamiento de
pronunciaciones y caracteres, eran nuestras únicas herramientas, junto al aún
popular “新华字典” (“Diccionario Xinhua”, que por cierto vi con alegría
en la biblioteca del despacho del Presidente Xi Jinping en uno de sus más
recientes mensajes emitidos a la población por la televisión).
Lo más
moderno que existía entonces era el telegrama y télex, el cual no sé si muchos de
los lectores sabe lo que era. Cada carácter para un texto de telegrama tenía un
código de varias cifras –creo recordar que eran cuatro o cinco- que usaba el
telegrafista para “traducir” el texto a cifras; lo que, al contrario, hacía el
telegrafista que lo recibía para “traducir” esas cifras a texto.
Las máquinas
de escribir no eran para uso particular –aparte de por su tamaño, por su
complejidad- y todo lo que escribían los políticos, los científicos, los
intelectuales y la gente de la calle, se hacía a mano, por cierto muchas veces
utilizando el pincel, herramienta fundamental en la caligrafía china, que por
cierto era y es un arte más, como por ejemplo la pintura.
A pesar de
esas dificultades logramos –y uso el plural porque me refiero a los pocos que
lo estudiábamos entonces- salir adelante. Y aparte del idioma en sí, por lo
menos en mi caso, pudimos aprender mucho de la mentalidad china, de la lógica
china –lo cual me ayudó a comprender mejor el mundo de la informática-, a veces
tan “fácil” de entender en teoría, pero no de comprender en la práctica.
No sé si
saben los que ahora o en los últimos años se dedican al estudio de la lengua
más hablada del mundo, lo afortunados que son gracias a los cambios sociales, y
en especiales tecnológicos, que han tenido lugar en el mundo en general, pero
en China de forma más acentuada. Hay que tener en cuenta que solamente el uso
del fax a mediados-finales de los años ochenta del siglo pasado, y todo lo que
vino después contribuyó y contribuye de manera destacada al desarrollo de China
en todos los aspectos –científico, literario, cultural, la vida diaria y un
largo etc.- algo muy difícil en el pasado cuando un escritor o un científico
tenía que escribir todo a mano y la difusión de sus obras era tan difícil.
Se podrá
decir que eso también ocurrió en Occidente; pero fue muchos años antes que en
China, ya que desde que tengo uso de razón recuerdo que las Olivetti no eran un
artículo de lujo para un profesor o estudiante.
Como todo en
esta vida todo tiene su lado bueno y su lado malo. Al igual que lo que pasa con
el español, los medios modernos de uso y transmisión de textos, están llevando
en el idioma chino, a una especie de “analfabetismo”, donde ya no se recuerda
bien cómo se escriben las palabras. En el caso del chino, además, muchos expertos
ven con preocupación cómo se va perdiendo una de las joyas de la cultura
nacional, como es la caligrafía. En todo caso, en líneas generales, creo que
los efectos positivos superan con creces los negativos.
El
espectacular desarrollo que ha alcanzado China en todos los aspectos, en las
últimas décadas, ha hecho que el idioma chino esté cada vez más “de moda” en todos
los países del mundo, y hay una fiebre por estudiar su lengua, incluso desde la
escuela primaria.
Sin embargo también
hay crudas realidades en relación con este tema:
A pesar de
lo que piensa mucha gente, ya en los años setenta, pero en especial en estos
momentos, el saber chino no implica, por lo menos en España y Uruguay –los países
que más conozco- el poder conseguir un trabajo (ya no digo un buen trabajo,
sino simplemente un empleo) y son innumerables los casos que he conocido y
conozco de gente que lo habla, pero o bien está trabajando en otros campos que
no tienen nada que ver con China, o se está desperdiciando un valor añadido que
podría ser muy útil para la sociedad.
En segundo
lugar, en la mayoría de los casos, el conocimiento del idioma chino es algo que
en la gran mayoría de los casos, no está lo suficientemente reconocido, ni
mucho menos bien pagado. Se llega al extremo, muy fácil de comprobar, y con
honrosas excepciones, de que en los libros traducidos del chino al español, el
traductor es una figura que no se destaca, y así uno puede comprar en una
librería una novela china, que ha sido traducida … del inglés, por ejemplo. Lo
mismo pasa con el trabajo de intérprete, en muchos casos mucho más difícil que
el de traductor. A veces da la impresión de que la palabra “intérprete” se usa
en un tono casi despectivo; y el intérprete se usa en muchos casos sólo para eso,
para interpretar una conversación, sin tener en cuenta las opiniones o
sugerencias que éste podría aportar, antes o después de la misma. Y eso en el
mejor de los casos, ya que son incontables los casos donde, en el sector
público o privado, no se quiere contar con su propio intérprete. No sé cómo
será desde el punto de vista económico, pero sí es una gran verdad, que, en
comparación, China está, en este como en muchos otros campos, muy por delante de cualquier país de habla hispana.
Una gran
parte de los llamados “expertos” en China, los que figuran de forma continua en
todo tipo de acto público, ni siquiera saben chino, o tienen un nivel que les
permite mantener una charla informal, pero que son incapaces de leer un diario
chino, y menos aún una novela o ver una película. Aquí, como en el caso
anterior, China está también muy por delante de cualquier país de habla
hispana, y pido perdón por usar exactamente la misma frase del párrafo
anterior. Lo vemos en sus diplomáticos, en sus corresponsales en el exterior,
en sus empresas, en su mundo académico, en su mundo social, y un largo etc. Y
eso es mérito de China y de sus autoridades, empezando por el entonces Primer
Ministro Zhou Enlai, quien en una China apenas salida de décadas de guerra,
tomó la sabia iniciativa de, ya a mediados de los años cincuenta, dar
instrucciones para que comenzara a prepararse de manera formal, el aprendizaje
de la lengua de Cervantes.
Podría
extenderme mucho más sobre un tema que me apasiona tanto, y que está tan
directamente relacionado con mi vida. Para los interesados en el tema, me
permito poner como referencia los enlaces a artículos escritos con anterioridad
en estas “Reflexiones Orientales”.
Y para terminar, mis felicitaciones este día para todos aquellos que tienen la lengua china como idioma materno –lo cual ocurre no sólo en la República Popular-, a todos los que lo han estudiado o lo están estudiando, y a aquellos que tanto en China como en nuestro mundo hispanoparlante, han hecho y hacen de forma continua, esfuerzos para incrementar el conocimiento mutuo entre los habitantes de las dos lenguas más habladas en nuestro mundo.
@PabloRovetta
Interesate post, como todos los tuyos, Pablo, y muy oportuno. A mi siempre me ha interesado la lengua china, no para hablarla (en mi caso creo que es imposible) sino para entender un poco cómo es la forma de pensar de los chinos. Se tres o cuatro palabras (bueno, quizá exagere, pero no muchas más) y durante años mantuve aquello de que "en el país de los ciegos el tuerto es el rey". Hoy ya hay muchos "tuertos" en España y bastantes sinoparlantes. De aquella época setentera es es el diccionario que me compré en 1977 (Diccionario Español de la Legua China, Espasa Calpe), y que para mí es mi biblia del chino, que todavía consulto de vez en cuando.
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