Los seguidores de estas Reflexiones Orientales saben que no es la primera vez, ni será la última, que escriba sobre un tema tan apasionante para los uruguayos como es el fútbol.
Por eso pido perdón si repito alguno de los argumentos que ya utilicé en anteriores entradas.
Mi reflexión de hoy tiene relación con la reciente derrota de la selección china de fútbol ante Siria, tras un empate con Filipinas, que prácticamente la deja sin opciones para el próximo mundial de Qatar.
Aficionados de la selección china de fútbol (Foto de China hoy) |
Como consecuencia de esta derrota, el Director Técnico del equipo chino, Marcello Lippi, que ya había estado al frente del equipo nacional desde el 2016, y que luego de haber "dimitido" regresó en enero de este año para llevar a China al mundial del 2022, ha vuelto a "renunciar".
Por supuesto no soy ningún experto en fútbol, pero como decía el gran escritor uruguayo, Eduardo Galeano -que dedicó un libro a este deporte- en mi país "...los bebés se asoman al mundo entre las piernas de la madre gritando gol. Yo también grité gol para no ser menos y como todos quise ser jugador de fútbol". Una muestra de que el fútbol no tiene que estar reñido con la buena literatura.
Cuando con 17 años llegué a China en 1975 me asombró el entusiasmo de la población local por el fútbol, y que mucha gente de la calle, al decir que era de Uruguay, sabía las veces que habíamos sido campeones mundiales.
Entonces no había equipos de fútbol, sino selecciones de provincias o ciudades, e incluso una del Ejército Popular de Liberación (EPL). Recuerdo a los equipos de Liaoning, Shenyang, Dalian o del EPL como los mejores de esos años.
Los comentaristas y la población en general decían que esos eran buenos ya que eran "altos"; y es que en las transmisiones de fútbol, durante décadas, se ha destacado la altura del jugador -como si se tratara del basketball- algo que no ocurría ni ocurre en el Río de la Plata.
Reconozco sin pudor que me enfadaba cuando se decía entonces cómo era posible que un país como Uruguay, con una población inferior a la del distrito de Chaoyang en Beijing, fuera tan famoso en el mundo del fútbol y que en el país más poblado de la Tierra no se encontraran once buenos jugadores.
Yo argumentaba, y argumento hoy, que en el fútbol no influyen los factores demográficos. Con esa lógica, y con la excepción de Brasil, las mejores selecciones deberían ser las de China, India, Estados Unidos, Indonesia, Pakistán, Nigeria o Bangladesh.
Tras la apertura de China al exterior, el país entra en la FIFA en 1979; los factores económicos comienzan a ser tenidos muy en cuenta y así en 1992, gracias a un acuerdo con Volkswagen, un extranjero, el alemán Klaus Schlappner, es nombrado Director Técnico de la Selección nacional, algo impensable hasta entonces.
Desde entonces, han sido infinidad los entrenadores extranjeros que pasaron por China, entre ellos el español José Antonio Camacho. Sin embargo, la única vez que la República Popular participó en un Mundial de Fútbol fue en el 2002, el de Corea-Japón, que como eran los países anfitriones, dejaron más posibilidades a otros países asiáticos.
No sé cuántos miles de millones de dólares se ha gastado China pagando a Directores Técnicos y a jugadores extranjeros para su fútbol, ya profesional, con el objetivo de mejorar el nivel de sus equipos y su selección.
Y ahí está, en mi modesta opinión y sin querer inmiscuirme en los asuntos internos de ese país, el segundo error de la República Popular: pensar que -aparte del factor demográfico- el dinero "puede solucionarlo todo". Un caso similar se ha dado y se da en Arabia Saudí y otros países del Golfo.
La realidad, sin embargo, es otra. Si miramos a los países más ricos del mundo, tomando en cuenta su PIB per cápita, Luxemburgo, Suiza, Noruega, Islandia, Irlanda, Qatar, Estados Unidos o Singapur deberían estar al frente en los puestos de la FIFA.
Si no me equivoco, entre todos los campeones del mundo, los más "ricos" han sido Alemania, Francia, Italia e Inglaterra, o incluso España, que no figuran entre los más poderosos desde el punto de vista financiero.
Y entre los "pobres" tenemos a Argentina, Brasil y Uruguay; y no podemos dejar de mencionar a selecciones como las de Costa Rica, Colombia, México, Perú, Chile o Paraguay entre otros, como Irán, Corea del Sur, Japón y algunas selecciones africanas.
Por lo tanto parece claro que el buen fútbol poco tiene que ver con la demografía o el poder financiero de un país.
Desde que los ingleses, al introducir el ferrocarril en mi pequeño país, trajeron lo que en chino se llama 足球 (pelota de los pies), ese deporte se transformó en una tradición en Uruguay, Lo jugábamos y lo juegan los niños y jóvenes en las calles, en los parques, en las escuelas, algunos descalzos, otros con zapatillas normales, y a veces sin siquiera tener una pelota de fútbol de verdad. "Con cinco medias hicimos la pelota...." dice la canción "Chiquillada" del uruguayo José Carbajal.
El fútbol, como la música o la gastronomía, es un tema de tradición. La mejor paella se come en España o el mejor Pato Laqueado en China, porque hay toda una tradición y una historia detrás.
Con todos los respetos, y creo que después de todos los años que han pasado desde que países y equipos extranjeros han llegado a acuerdos con China y abierto cientos de escuelas, creo que los hechos me dan la razón.
Grandes estrellas mundiales, en el caso actual de Uruguay, como Suárez o Cavani, nunca pasaron por una escuela de fútbol, y muchos de ellos provienen de familias humildes, y se fueron formando en la calle, jugando muchas veces sólo "por amor al arte", aprendiendo en la calle las "picardías" del deporte, dejándose el alma en la cancha como nuestros campeones de 1950.
Es verdad que ahora el dinero es lo que mueve a este deporte, pero creo que nadie se "hace futbolista" para ganar dinero, aunque evidentemente después de triunfar, ese sí es un factor importante. Y ahí es donde, creo modestamente, que está uno de los "errores" de los jugadores de la selección china. "Voy a jugar al fútbol para hacerme famoso y así ganar mucha plata" creo que piensan muchos jugadores chinos.
Por último, y aparte de todos estos factores, hay algo importante y es lo que nosotros llamamos "la garra charrúa", el orgullo de representar a un país y dejarse el alma en la cancha. ¿Cómo sino se puede explicar el caso de Corea del Norte, que no sólo ya ha participado en dos mundiales, sino que tuvo en el mundial de Inglaterra de 1966 una actuación excepcional?
Pregunto a mis amigos chinos: el caso de Corea del Norte ¿no debería ser motivo de estudio y reflexión?
En los más de 45 años que llevo relacionado con el país asiático nunca he visto a niños jugando al fútbol en parques, plazas, o incluso en la calle.
El Presidente Xi Jinping, gran aficionado al fútbol, hace años que lanzó la consigna de cumplir tres sueños: que China participe en un Mundial, que pueda organizar uno en su país, y que llegue a ser campeón mundial.
Pero el dirigente chino ya tiene bastante trabajo en lo interno e internacional como para ocuparse de este deporte.
Mientras, la afición china sufre, y muchos aprovechan para ganar dinero apostando, antes de los partidos, a que China va a perder. En China se juega mucho por dinero y durante el mundial de Rusia una persona me preguntó: "y si no apuestas, ¿qué sentido tiene mirar un partido?"
Entre los miles de mensajes de rabia y decepción en las redes sociales chinas, tras la derrota ante Siria y el empate con Filipinas, selecciones que Marcello Lippi y la prensa china calificaron como "muy fuertes" -ante la rabia y la risa de los lectores- encuentro la siguiente reflexión de un aficionado:
"Si desde 1990, hubiese apostado a perdedor 1.000 Yuanes por cada partido de la selección china, a fecha de hoy tendría 4,59 millones de Yuanes, la mejor inversión del mundo".
Aún le queda una tímida esperanza a China para ir a Qatar ya que se clasifican los primeros de cada grupo, en el caso chino Siria ya lo está, y los dos mejores de los otros grupos.
El próximo partido será ante Maldivas, y ya me estoy imaginando el dinero que pueden perder las casas de apuestas si la mayoría de la población, como es probable, apuesta por China como perdedor.
En este caso, quizás lo mejor sea ir contra la corriente y apostar fuerte por China.
Mientras, y como no dejan de repetir los mensajes de las redes sociales, la esperanza de China está en el mundial del 2026, cuando de 32 se pase a 48 selecciones, ocho de ellas asiáticas.
Por último, y al igual que en otras disciplinas, la situación del deporte femenino en China, en muchas categorías, incluido el fútbol, es infinitamente mejor a la de las selecciones masculinas, lo cual da pie a muchas bromas y comentarios sobre la superioridad de las mujeres chinas en muchos aspectos de la vida.
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