Este mes de
julio se cumplen cuarenta años de mi llegada a China y del comienzo de una
relación directa con la República Popular. En este período he residido veinte
años en Beijing y he realizado más de doscientos viajes de ida y vuelta a la
capital china.
Llegué a
Beijing en la fase final de la llamada “Revolución Cultural”, con el Presidente
Mao, como se le llamaba entonces, aún en vida; era la China de las Comunas
Populares en el campo, de los Comités Revolucionarios como órganos de dirección
de todas las entidades del país, de los estudiantes
obreros-campesinos-soldados, de los pioneros y los guardias rojos.
Era la China
de los “cupones de racionamiento” para la alimentación y la vestimenta y donde
una bicicleta, un reloj de pulsera o una radio eran los bienes más valiosos que podían tener sus habitantes; una China de 800 millones de habitantes cuyos
principales aliados internacionales eran Albania y Corea del Norte; un país –el
más poblado de la tierra- que sin embargo no podía participar en ninguna
Olimpíada porque no pertenecía aún al Comité Olímpico Internacional.
Cuando
llegué a Beijing, Deng Xiaoping ya había sido restituido de sus cargos en el
Partido Comunista y el Gobierno central tras haber sido criticado y perseguido al
comienzo de la Revolución Cultural, pero en abril de 1976 volvería a “caer en
desgracia” hasta su regreso triunfal en 1978 para convertirse en el arquitecto
de la política de reformas y apertura al exterior.
En China fui
testigo de la muerte de las tres figuras más importantes del país desde la
proclamación de la República Popular hasta mediados de los años 70: el
Presidente Mao, el Primer Ministro Zhou Enlai y el Presidente de la Asamblea
Popular Nacional, Zhu De; del ascenso de Hua Guofeng como heredero efímero de
Mao Zedong y de la caída de la llamada “Banda de los Cuatro” encabezada por la
viuda del conocido como “gran timonel”, así como de los sangrientos incidentes
de la Plaza de Tiananmen, primero en abril de 1976 y posteriormente en junio de
1989.
Me ha tocado
vivir y estar relacionado con China durante la administración de las cinco
generaciones de dirigentes del país, desde Mao Zedong hasta Xi Jinping, pasando
por Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao.
En estas
cuatro décadas he sido testigo de la transformación espectacular vivida por el país, de acontecimientos históricos impredecibles así como de
previsiones catastrofistas que nunca se cumplieron.
Ningún
seguidor y experto en China pudo predecir el nombramiento de Hua Guofeng como
sucesor de Mao Zedong, o la posterior detención de Jiang Qing y su “Banda de
los 4” ni muchos de los importantes acontecimientos que han tenido lugar y que
aún se están desarrollando en el país. Tampoco las previsiones más optimistas
llegaron a imaginar lo que China iba a ser hoy y su posición en el mundo.
La muerte de
Mao, la caída de la “Banda de los 4”, los incidentes de Tiananmen, la
desintegración de la URSS, la crisis financiera del sudeste asiático en los
años 90, el regreso de Hong Kong a la soberanía china, la “primavera árabe”
generaron también pronósticos de lo más pesimistas sobre la República Popular,
llegando en algunos casos a mencionarse la
posible desintegración del país, el comienzo de una guerra civil, o
estallidos de movimientos antigubernamentales incontrolados.
China es
hoy, en muchos aspectos, otro país comparado con 1975, más abierto y más “fácil”
de entender aunque en el fondo sigue siendo tremendamente complejo e
imprevisible.
Si algo he comprendido en estos primeros cuarenta años de relación con China es la tremenda complejidad del país y las dificultades para comprender, más allá de las apariencias y signos externos, lo que de verdad ocurre en el gigante asiático.
Y qué encantados estaríamos de leer el relato de esos 40 años :) Tras haber leído el libro de Víctor una se queda con ganas de saber más sobre las sensaciones "reales" que transmitía China en los años 70/80. Felicidades por ese 40 aniversario.
ResponderEliminarUn saludo ;)
Gracias por el comentario
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