Un carro de carga tirado por caballos, avanzando por la avenida Chang´an frente a la Plaza de Tiananmen, era una imagen normal en el Beijing de mediados de los años 70, y es esa la imagen que me viene ahora a la memoria cuando, de acuerdo al calendario chino, entramos en el “Año del Caballo”.
Mucho se ha hablado y escrito sobre los cambios que han tenido lugar en el gigante asiático en las últimas décadas, y uno de los ejemplos más repetidos es el de las bicicletas; el del paso de una ciudad entera moviéndose sobre dos ruedas, a una gran metrópoli asfixiada en un permanente atasco de vehículos.
Poco o nada se menciona de los caballos, que llegaron a formar parte del paisaje urbano que pude ver en mis primeros años en la capital china; al igual que, no muchos años más atrás, lo fueron los camellos, aunque eso no pude vivirlo más que en la literatura y el cine.
Los carros de caballo eran un importante medio de transporte de carga que, junto con el mar de bicicletas, los autobuses, los camiones y los pocos automóviles con cortinas en sus ventanillas, formaban parte del caos en el tráfico de Beijing, a lo que se sumaban los gritos de los policías en las esquinas intentando, no sin mucho éxito, a través de altavoces y desde unas garitas altas, que alguien les hiciera caso.
En carros de caballo se transportaban productos agrícolas –coles chinas en invierno, sandías en verano-, carbón, ladrillos, piezas y maquinaria, y hasta vigas de cemento para la construcción. También se transportaba algo que era característico del Beijing de entonces: las materias fecales que, llevadas al campo, servían como abono para la agricultura.
Tener uno de esos carros de materias fecales delante, cuando uno iba en bicicleta, era una de las peores desgracias que nos podía ocurrir y que nos obligaba a acelerar al máximo nuestro ritmo de pedaleo, para poder pasarlos mientras aguantábamos la respiración.
En muchos casos, los carros de carga viajaban en caravanas, conducidos por campesinos que fumaban en unas largas pipas tradicionales, y que muchas veces –hasta hoy sigo sin entender cómo lo hacían- se echaban una siesta encima de la carga mientras los caballos avanzaban como un avión con piloto automático, sabedores del camino que tenían que seguir.
Yo venía, y vengo, de un país como Uruguay donde el caballo tiene un papel fundamental en nuestra historia, economía, literatura, cancionero, tradiciones y vocabulario, entre otros, al punto que figura en nuestro escudo nacional.
En China, o mejor dicho en Beijing, los caballos que encontré fueron los que en las calles tiraban de los carros de carga, los de las pinturas de Xu Beihong o las reproducciones de las figuras de la Dinastía Tang, aunque sí es verdad que fue un animal que jugó un papel muy importante en diferentes períodos de la historia milenaria del país.
En el idioma chino, siempre me han gustado tres expresiones relacionadas con el caballo: 马上(“mashang”) que quiere decir “enseguida” y literalmente “a caballo”; 马马虎虎 (“mamahuhu”)literalmente “caballo-caballo-tigre-tigre” como sinónimo de “más o menos” o la de 坐马看花(“zuomakanhua”), literalmente “mirar las flores desde el caballo” para referirse a echar una mirada superficial a algo.
Los años han pasado, la ciudad y el país han cambiado, en algunos casos a una velocidad supersónica… y ya no quedan más caballos en Beijing.
Días atrás, sin embargo, no sé si fue el destino o qué, pero, casi sin querer, me “encontré” en el Templo Taoista “Dongyu” con un caballo falso, el llamado “caballo de jade blanco”.
Según la tradición, acariciar este caballo produce paz y tranquilidad, que se cumplan los deseos y aspiraciones y como se dice en este año nuevo “马到成功”, éxitos inmediatos. Al final le tomé unas fotos pero me fui sin acariciarlo…. Para mí, un caballo no puede ser de jade ni mucho menos llevar un lazo rojo….
Publicado originalmente en Global Aia
Texto completo en blog Reflexiones Orientales de Global Asia
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