Si hay algo que refleja por un lado los grandes cambios que han tenido lugar en China en las últimas décadas, y por el otro, cómo hay cosas que siguen siendo iguales, es la llegada y el paso de los inviernos, por lo menos en Beijing.
El pasado 15 de noviembre comenzó a funcionar la calefacción centralizada en Beijing. No parece a primera vista un acontecimiento destacable y merecedor de unas notas, pero es algo que se ha repetido de forma ininterrumpida desde el primer invierno que pasé en China, en 1975, y que siempre, como ignorando la transformación que ha tenido lugar en la República Popular desde entonces, ha estado rodeado de la misma “liturgia” política y mediática.
Tanto unos días antes; el mismo 15 de noviembre (siempre ha sido la misma fecha, independientemente del clima) como los días posteriores, la televisión y prensa escrita local dedican importantes espacios a las noticias relacionadas con este tema.
Aún hoy recuerdo la sensación, una mezcla de “vergüenza” y “privilegiado”, que tenía durante mis primeros inviernos en Beijing cuando nuestros conocidos o amigos chinos no dejaban de recordarnos que la calefacción para los llamados “amigos extranjeros” empezaba unos días antes que para los habitantes locales.
El carbón era entonces la única fuente de energía para la calefacción. Las instituciones grandes (por ejemplo las Universidades) tenían sus propias calderas, mientras que varias empresas municipales eran las encargadas de suministrar de forma centralizada agua caliente para los radiadores de viviendas en edificios y sedes de ministerios, organismos estatales y empresas.
Por último los millones de habitantes que vivían aún en casas bajas antiguas, derribadas ahora en su mayoría por lo que alguien en mi tierra llamó “la piqueta fatal del progreso”, combatían el frío con estufas individuales de carbón. Las casas no tenían chimeneas fijas en sus techos, y por eso al llegar el invierno se montaban unos tubos que empezando en las estufas salían a través de agujeros redondos en las ventanas.
Beijing se convertía en una ciudad con miles de hilos de humo saliendo de las casas bajas, y una atmósfera cargada, en todos los sentidos, de un carbón que se olía y se impregnaba en la ropa de sus habitantes.
Aparte de por las obvias razones meteorológicas, Beijing se transformaba completamente en invierno, era como otra ciudad.
Para empezar, y como para marcar oficialmente que pronto el frío sería el elemento predominante, el 1 de Octubre (fiesta nacional de la República Popular) la policía cambiaba sus uniformes, que pasaban del color blanco al azul. Eran los años en los que, a pesar de, o quizás como resultado del poco número de vehículos a motor y del caos de bicicletas, carros de caballo y peatones, era normal ver policías de tráfico en las esquinas de la ciudad. (La policía tenía entonces tres uniformes diferentes al año, dos de color banco –uno de manga corta y otro de manga larga- y uno de color azul –que se usaba entre el 1 de Octubre y el 1 de Mayo).
Al llegar noviembre ya se empezaba a notar el frío y en consecuencia cambiaba la vestimenta de la población, que salía a la calle con largos abrigos de algodón, mayoritariamente de color azul, y en menor medida del verde del ejército, con unas gorras que cubrían las orejas, manoplas en lugar de guantes, y los llamados “zapatos de algodón” de color negro.
Para combatir el frío, hombres y mujeres usaban calzoncillos largos en sus dos versiones: de algodón y de lana –estos últimos más gruesos- que a medida que avanzaba el frío se combinaban siendo la combinación “máxima” dos de algodón y uno de lana.
Entre lo largo y pesados que eran los abrigos de algodón, más el uso de los calzoncillos largos, gorros y manoplas, el andar en bicicleta no era una tarea fácil, y menos cuando había que pedalear con el viento en contra o con nieve.
Para alguien que, como era mi caso, había considerado siempre a diciembre como sinónimo de verano, vacaciones y playa, el invierno de Beijing no dejaba de tener su encanto, en especial cuando nevaba (muy pocas veces al año, para mi pesar), o cuando uno podía caminar sobre los lagos congelados del Palacio de Verano o, en nuestro caso, del Parque de los Bambúes, que nos quedaba más cerca de casa.
Asombraba mucho, aparte de los cambios ya comentados en la vestimenta de la gente, ver cómo se ponían telas guateadas encima de la parte delantera de los camiones, o de los autobuses, para evitar que se congelaran los motores.
Esas telas guateadas se colgaban también en las puertas de tiendas y oficinas para intentar tapar la entrada del aire gélido, y aún hoy pueden encontrarse en algunos edificios de Beijing.
También me asombré al ver cómo en pleno invierno y con muchos grados bajo cero, se vendían y la gente comía helados de hielo….
Junto con la llegada de la calefacción del 15 de noviembre, el otro elemento más importante en la vida diaria de los habitantes de la ciudad, era la campaña de transporte y distribución de lo que se conocía como “col china” o 白菜.
Los 70 eran años en que la fruta o verdura que se comía era de temporada, y la única verdura disponible en el helado invierno de Beijing era la col china. Decenas de camiones del ejército, y cientos de tractores, entraban en invierno a la capital transportando toneladas y toneladas de col china, que luego era distribuida entre las entidades de trabajo, universidades e individuos. La gente almacenaba las coles donde podía, y si lo hacían en el exterior de sus casas, por ejemplo en los balcones, tenían que taparlas con especies de edredones de algodón para evitar que se congelasen.
Eran muchos meses donde la col china era lo único “verde” que se podía comer en Beijing.
Garantizar la calefacción a partir del 15 de noviembre, el suministro de carbón, y el abastecimiento de la col china era tarea prioritaria para el Alcalde de Beijing (normalmente entonces miembro del Buró Político del Partido Comunista) y su equipo de gobierno, y eran las noticias, que con todo lujo de detalles, daban los medios de prensa a la población.
Con excepción de la temperatura, la figura de los árboles, o los pocos días de nieve, el Beijing de hoy no experimenta en invierno la gran transformación que se vivía en los años 70; aunque hoy, al igual que entonces, el 15 de noviembre, con la llegada de la calefacción, es un día clave para los habitantes de la capital china.
Publicado originalmente en Global Asia
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