A veces parece que hay cosas que no cambian nunca. Es lo que pasa, por ejemplo, con el caso del fútbol en “mis dos Orientes”.
En la República Oriental del Uruguay, a pesar de la alegría de volver a ganarle días atrás a Argentina, nos tocará volver a sufrir para clasificarnos para un mundial de fútbol, donde también seguramente volveremos a hacer las hazañas que han hecho grande al fútbol de un país pequeño.
En China, mi “otro oriente”, la frustración y el enfado han vuelto a los cientos de millones de aficionados que ven cómo, tras no haberle podido ganar a Indonesia, su selección nacional corre el riesgo de no poder clasificarse para la Copa Asia, después de haber perdido una vez más la posibilidad de estar en un mundial de fútbol, esta vez el de Brasil.
Y hoy al igual que hace casi cuarenta años, cuando digo que soy uruguayo, me siguen preguntando en China cómo y por qué un país con una población menor a la de un distrito de Beijing, fue dos veces campeón del mundo, dos veces campeón olímpico y sigue destacando en el fútbol mundial donde ocupa el puesto 6 en el ranking de la FIFA, mientras que China está en el 97.
Desde que llegué a China en 1975, como buen uruguayo me interesé por el fútbol y vi que era un deporte que ya en esos años empezaba a levantar pasiones en el país asiático, aunque, como en todos los aspectos de su vida política y social, aquí también teníamos y tenemos un fútbol con “características chinas”.
En mis primeros años en Beijing, el fútbol, al igual que los otros deportes, se regía bajo los principios de “Primero la amistad, luego la competencia” (友谊第一比塞第二), la cita de Mao Zedong que figuraba en todos los estadios del país. Eso no impedía, sin embargo, que se jugara con fuerza y en algunos casos dureza, cuando la selección china de fútbol se enfrentaba con la de los países “amigos”, como Corea del Norte, Rumanía o Albania.
Otra cosa que me resultó “extraña” es que no existía la palabra “gol” con la misma fuerza con que la podemos sentir o la pueden transmitir nuestros relatores de radio y televisión. En lugar de ello, la expresión era “entró la pelota”, o “la pelota entró, entró”, que siempre me ha parecido muy “descafeinada”.
A medida que iban pasando los años, que China se iba abriendo al extranjero, que por la televisión se podían ver cada vez más partidos, mayor era el interés y la admiración del público por el fútbol y, al mismo tiempo, su decepción y frustración por los pobres resultados de su selección.
Entonces se decía, aunque en español suene mal, que China era buena en las “pelotas pequeñas” (ping pong o bádminton) y mala en las “pelotas grandes” (fútbol, voleibol y basquetbol).
Las “pelotas pequeñas”, sin embargo, no daban la fama y el prestigio internacional que las “pelotas grandes”, aparte de que un deporte como el ping pong no es un espectáculo de masas.
Por suerte para los habitantes del país, a mediados de los años ochenta la selección femenina de voleibol comenzó una triunfadora racha de títulos mundiales bajo el liderazgo de Lang Ping, conocida como “el martillo de hierro”.
Entonces, para tristeza y vergüenza de la población masculina, se empezó a decir –y aún hoy se sigue diciendo- que las mujeres chinas son mejores que los hombres en muchas disciplinas deportivas (por ejemplo el voleibol, el tenis, la natación, el fútbol femenino, etc.)
En su afán por intentar que su fútbol “salga de Asia y entre en todo el mundo”, como dicen en chino, las autoridades han probado casi todo. Se han contratado entrenadores extranjeros para la selección y clubes –el último caso, que terminó en fracaso, fue el del español José Antonio Camacho para la selección nacional-; se estableció una Liga de fútbol, que estuvo paralizada hasta hace poco debido a los grandes escándalos de corrupción relacionados con apuestas deportivas; los clubes contratan jugadores extranjeros; se han enviado niños chinos a entrenarse en países como Brasil; se han hecho acuerdos de cooperación con clubes extranjeros y un largo etcétera.
Todo ha sido en vano, la gente se siente decepcionada –algunos han llegado a plantear que China suprima oficialmente el fútbol como deporte nacional- y en muchos casos humillada. No entienden cómo un país que ha llegado a ser ya una potencia en muchos aspectos políticos, económicos y sociales, no pueda ser capaz de tener una selección nacional de nivel mundial.
“Si es que hasta Corea del Norte ha estado en el mundial de fútbol y además sin hacer el ridículo” se lamenta la gente que ahora ve que China corre el riesgo de no estar en una Copa de Asia por primera vez desde 1976, si no gana sus próximos dos compromisos.
En definitiva, que el fútbol chino no sólo no ha progresado a pesar de todos los esfuerzos y voluntades, sino que corre el riesgo de retroceder a donde estaba hace cuatro décadas atrás.
El “sueño chino” que quiere impulsar el actual Presidente de la República y Secretario General del Partido Comunista, Xi Jinping, incluye una China con una selección de fútbol fuerte y de nivel internacional. Xi está considerado, al igual que el Primer Ministro Li Keqiang, un gran aficionado al fútbol.
Recientemente, desde Hong Kong, algunos medios de prensa han llegado incluso a proponer el nombramiento de Xi Jinping como Presidente de Honor de la Asociación China de Fútbol.
Como, por suerte para países como Uruguay, el fútbol aún sigue teniendo mucho de tradición, y no todo el dinero o poderío del mundo sirven para crear un buen equipo, me temo que lamentablemente a mi “otro oriente” aún le queda un largo camino por recorrer.
Mientras tanto, mientras espero que Uruguay pueda ganarse contra Jordania el derecho a estar el próximo año en Brasil, habrá que seguir con atención cuál será el desenlace final si es que China al final no puede clasificarse para la Copa de Asia.
Publicado originalmente en Global Asia
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