Un 9 de septiembre de 1976, a las 00:10 de la madrugada, fallecía en Beijing el líder chino y fundador de la República Popular, Mao Zedong. Han pasado ya 37 años pero aún recuerdo claramente ese día, así como los que le precedieron y siguieron en uno de los años más convulsionados de la historia reciente de China.
Era una mañana de sol en un Beijing que iba entrando con fuerza en el otoño, después de unos meses de julio y agosto calurosos, lluviosos y tremendamente difíciles para los habitantes de la capital china que, afectados por el terremoto de Tangshan, tuvieron que vivir semanas fuera de sus casas, en carpas del ejército, en viviendas provisionales e incluso en la misma calle.
En realidad debería decir tuvimos que vivir, y no “tuvieron”, ya que junto con mi familia y otros extranjeros que residíamos en Beijing, también sufrimos las consecuencias del que se considera uno de los terremotos más devastadores de la historia moderna y que tuvo su epicentro a menos de 200 kilómetros de la capital china.
Ese día el Instituto de Lenguas de Beijing (北京语言学院) amaneció engalanado con banderas de colores y carteles que anunciaban la celebración, esa tarde, de un nuevo aniversario de su fundación.
Antes del mediodía, sin embargo, nos indicaron que se suspendían los actos de celebración y que debíamos regresar a nuestras habitaciones y estar pendientes de la radio ya que a las 16:00 horas se iba a anunciar una “noticia importante”.
Aunque eran tiempos sin redes sociales, internet, teléfonos móviles o faxes, “todos” sabíamos o suponíamos de qué se trataba. Era la noticia que todos sabían que iba a suceder, y que algunos estaban esperando, pero que nadie se atrevía a mencionar en público: la muerte del hombre a quien en todas las consignas se dedicada un “Viva”, o en chino un “diez mil y diez años” (万岁,万万岁).
Después de la muerte ese año del Primer Ministro Zhou Enlai el 8 de enero, y del caudillo militar y Presidente de la Asamblea Popular China (Parlamento) Zhu De, el 6 de julio, Mao era el último sobreviviente del trío más importante que aún, a mediados de los años 70, estaba al frente del país más poblado del planeta. (En una anterior entrada titulada “Todo comenzó un 8 de enero de 1976” trato el tema del fallecimiento de Zhou Enlai y otros acontecimientos de ese año)
En sus últimas apariciones públicas en la televisión recibiendo a dirigentes extranjeros –entre ellos a Richard Nixon o al entonces Vicepresidente egipcio Hosny Moubarak- ya se podía apreciar claramente el deterioro de la salud y estado físico general de Mao.
Su última aparición pública fue un 12 de Mayo, cuando recibió al Primer Ministro de Singapur, Lee Kuan Yew.
Después de almorzar en el comedor del Instituto, regresamos en bicicleta con mi hermana a nuestro domicilio, donde, a las 16:00, pegados a una radio eléctrica de mesa marca “El Este el Rojo”, escuchamos el comunicado oficial anunciando el fallecimiento del “camarada Mao Zedong, respetado y querido gran líder de nuestro Partido, nuestro ejército y nuestro pueblo de todas las nacionales, gran maestro del proletariado internacional y de las naciones y pueblos oprimidos del mundo”, y a continuación una reseña biográfica seguida de música fúnebre china y los acordes de “La Internacional”.
Al segundo día, y a pesar del duelo oficial fijado hasta el 18 de septiembre, asistimos a nuestra clases de chino donde el profesor Wang, con lágrimas en los ojos, un brazalete negro y una flor blanca, nos enseñó a escribir la frase “Gloria eterna al Gran Líder el Presidente Mao!”
El cuerpo del dirigente chino fue velado en el Gran Palacio del Pueblo, por donde pasaron, de forma organizada, unas 300.000 personas, y a donde tuve la oportunidad de asistir el 14 de septiembre entre un grupo de los llamados “amigos extranjeros” que entonces estábamos en la capital china.
El acto final de despedida tuvo lugar el 18 de septiembre a las 15:00; con un país que se paralizó por completo durante tres minutos, y en una plaza de Tiananmen ocupada por un millón de personas.
Era un hito más, pero no el último, de un año del dragón que iba a convertirse en uno de los más trascendentales –y quizás de los menos estudiados, analizados y conocidos- de la vida de la República Popular.
La muerte de Mao fue el comienzo de una nueva e intensa lucha interna dentro del Partido Comunista que, contra todo pronóstico, provocó en octubre la caída de su viuda Mao, Jiang Qing y otros tres importantes dirigentes del Buró Político –la conocida como “banda de los cuatro”.
Un prácticamente desconocido Ministro de Seguridad Pública, Hua Guofeng, asume plenamente en septiembre el papel de sucesor de Mao que ya había empezado a ejercer de forma oficiosa en enero de 1976; aunque su paso por el poder fue bastante efímero ya que al cabo de un poco más de dos años, en diciembre de 1978, un nuevamente rehabilitado Deng Xiaoping comienza a dirigir un movimiento de reformas y cambios que aún sigue adelante, y que ha convertido a China en ese gigante al cual hoy todos enfocan sus miradas.
Creo que es bueno recordar esos momentos históricos para darse cuenta de lo imprevisible que es el “Imperio del Centro”, de lo difícil que es entender y predecir lo que pasa en su interior. Ningún sinólogo, llamado “experto” en China o simple seguidor de la evolución de este país pudo predecir, entre otras cosas, el final de Lin Biao como heredero oficial de Mao; la rehabilitación de Deng en 1974 y su nueva caída en abril de 1976; la nominación de Hua Guofeng como sucesor de Mao, y la caída, juicio y condena de su viuda Jiang Qing y de sus fuertes aliados en la dirección política del Partido Comunista.
Considero que es bueno tener esto en cuenta cada vez que se analiza China, a pesar de que ahora, con el avance de las telecomunicaciones, una mayor apertura y transparencia en relación con la de aquellos años, todo parece –para muchos- un poco más fácil y sencillo de entender.
Publicado originalmente en Global Asia
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