Días atrás,
regresando de Beijing a Madrid, me puse a pensar e intenté contar cuántas veces
había viajado a China. Después de recordar y contar mucho, llegué a la
conclusión de que como mínimo llevaba ya más de 200 viajes de ida y vuelta desde
que por primera vez aterricé en el Aeropuerto de la capital del país asiático un
7 de Julio de 1975.
Si como
mínimo, y dependiendo de las rutas, un viaje de ida de España a China son unos
10.000 kilómetros, entonces 200 viajes de ida y vuelta equivaldrían a un total
de cuatro millones de kilómetros volados, o el equivalente como mínimo a 100
vueltas al mundo. En realidad han sido mucho más, ya que, como veremos más
adelante, durante muchos años los vuelos a China tenían unas rutas mucho más
largas que las actuales.
Mi primer
vuelo a Beijing fue en un DC-8 de Swissair. Después de casi 20 horas de viaje,
partiendo de Zurich y haciendo escalas en Ginebra, Atenas y Bombay, el vuelo SR
316 aterrizó una calurosa y húmeda noche el 7 de julio de 1975, en el
Aeropuerto “La Capital” mientras Mao Zedong nos miraba desde su retrato colgado
en la terminal de estilo soviético construida en 1958.
Swissair
acababa de inaugurar sus vuelos a China, que después de Beijing seguían su ruta
hasta terminar en Shanghai, siendo la segunda compañía aérea occidental,
después de Air France, en volar en los años de Mao, a lo que muchos llamaban
entonces la “China roja”.Esto es una
muestra más de que, en contra de lo que se dice con frecuencia, China no era,
antes del comienzo de las reformas a finales de los 70, un país cerrado a cal y
canto.
Después del
establecimiento de la República Popular en 1949, durante muchos años Moscú y
Hong Kong fueron las principales puertas de entrada al gigante asiático, y en
el caso de la capital soviética, el tren Transiberiano fue uno de los más
importantes medios de transporte para comunicarse con Beijing. Incluso aún en
los años 80 muchos residentes, estudiantes y turistas en general usaban el
Transiberiano para, después de una semana de viaje, llegar –vía Moscú- a una
capital occidental.
Desde
finales de los años 50, sin embargo, y más concretamente en los 60, los
entonces dos países socialistas más grandes del planeta entran en una especie
de “guerra fría” que dura hasta los años 80 y aunque es verdad que Aeroflot siguió
uniendo las capitales de ambos países, no era sin embargo una ruta muy apreciada para los viajeros de
Occidente.
Karachi, y
en concreto la compañía aérea paquistaní
PIA se convierte entonces en una importante vía de entrada y salida de
la República Popular, gracias a las conexiones que la aerolínea tenía con
Londres. Pakistán fue durante la década de los 60 y 70, uno de los principales
aliados no socialistas de China en el mundo. De hecho, el viaje secreto que
Henry Kissinger hizo a China en 1971, se realizó desde Pakistán.
De mis
primeros años en Beijing recuerdo aún la numerosa colonia pakistaní, empleados
de la PIA y familiares, que entonces vivían en el Hotel de la Amistad, y cómo
me llamaban la atención sus vestimentas y en especial el olor de sus comidas
picantes.
Terminal del Aeropuerto La Capital de Beijing inaugurada en 1958 |
Tras la
muerte de Mao y en especial después del comienzo de la política de reformas y
apertura al capital extranjero, fue creciendo el número de compañías occidentales
que volaban a China, si bien por razones técnicas, comerciales y geopolíticas,
hacían un mínimo de dos escalas –que más tarde se redujeron a una- antes de
llegar a Beijing. Entonces las escalas más frecuentes eran alguno de los
aeropuertos de los Emiratos Árabes, Bombay, Karachi o Hong Kong en el caso de
British Airways. Los viajes a Beijing, desde cualquier ciudad española,
entonces, tenían un mínimo de tres escalas y tardaban fácilmente más de un día.
En los años
80 algunas líneas del llamado “bloque soviético” como la LOT de Polonia o la
Tarom, de Rumanía, también empezaron a
volar a la capital china, y a unir Beijing y algunas ciudades de Europa
Occidental vía Varsovia y Bucarest.
La verdadera
“revolución” en el campo de los vuelos de Occidente a China tiene lugar sin
embargo por razones políticas, a finales de los años 80 y principios de los 90,
tras la caída del Muro de Berlín y la paulatina desintegración de la Unión
Soviética, que originaron la apertura del espacio aéreo de lo que hasta 1991
aún era la URSS.
Así, por
primera vez, las líneas aéreas occidentales pudieron volar a Beijing utilizando
una ruta sin escalas que sobrevolaba el territorio de lo que hoy es Rusia y entrando
a China a través de Mongolia exterior. Eso significó un cambio radical en las
horas de vuelo, costes de combustible y tripulación para las líneas aéreas, y
una comodidad impensable hasta entonces para los viajeros al país asiático.
Finnair fue
la primera compañía, a finales de los años 80, en unir sin escalas, y en poco
más de siete horas, una capital occidental con Beijing. A Finnair le fueron
siguiendo paulatinamente otras importantes líneas europeas. Esta “revolución”
en la aviación afectó también favorablemente los vuelos entre Occidente y
Japón, Corea del Sur o Hong Kong.
En el caso
concreto de España, hubo años atrás por lo menos dos intentos fallidos de unir
Madrid con Beijing. El primero fue de la China Eastern, que unía las dos
capitales con una escala en Bruselas, y el segundo fue de Air Europa con vuelos
directos sin escalas. Ambas iniciativas fracasaron y los vuelos fueron
cancelados a los pocos años aduciendo falta de rentabilidad.
Actualmente,
y desde hace ya unos años, Air China une sin escalas, las capitales de España y
China, en un vuelo de unas 12 horas de duración, cinco veces a la semana, y que
además también llega a San Pablo.
Desde hace
muchos años, en diferentes sectores de la sociedad española se ha insistido en
la falta de vuelos directos con China como uno de los obstáculos para unas
mejores relaciones bilaterales económicas y comerciales.
Sinceramente
discrepo con este punto de vista. Ya a principios de los años 70, y a pesar de
las dificultades existentes entonces para volar a Beijing, había empresarios
españoles que iban a China y hacían negocios con la República Popular. Sólo por
citar un ejemplo, podemos recordar a las empresas fabricantes de acero
inoxidable que viajaban a Beijing para
negociar y firmar con Minmetals contratos de exportación de tuberías. Tampoco
podemos olvidar a los estudiantes españoles o los primeros grupos de turistas
que a mediados de los 70 ya estaban volando a China.
Al llegar la
década de los 80, y sin existir aún ninguna ruta directa y sin escalas entre
Occidente y el gigante asiático, hubo un importante incremento de empresas españolas,
en muchos casos pequeñas y medianas, que pudieron promocionar y vender en China
maquinaria de diverso tipo, productos farmacéuticos y químicos, proyectos
industriales, e incluso realizar operaciones de inversión.
La falta de
vuelos directos no fue un obstáculo entonces para esas empresas españolas, como
tampoco lo fue para muchas empresas latinoamericanas que por obvias razones
geográficas tenían que acercarse a China después de interminables escalas y
cansadores vuelos.
A fecha de hoy, la situación ha cambiado de forma
radical, como casi todo lo relacionado con China. El aeropuerto de su capital,
inaugurado en 1958 como indicamos con anterioridad, experimentó tres
ampliaciones a lo largo de su historia, siendo la última y la más importante la
de la Terminal 3 que se inauguró en el 2008 con motivo de los Juegos Olímpicos.
Si en 1978, justo al comienzo de las reformas, el
movimiento en el Aeropuerto de Beijing fue de un poco más de un millón de
pasajeros, en el 2012 se llegó a los 82 millones, convirtiéndolo en uno de los
aeropuertos más ocupados del mundo.
Es más, aparte de Beijing, es cada vez mayor el número de
ciudades chinas a las cuales se puede llegar con vuelos directos. En primer
lugar está Shanghai –cuyos dos aeropuertos movieron a más de 72 millones de
pasajeros en el 2012- pero también tenemos ciudades de “segundo” o “tercer”
nivel como Shenyang, Nanjing, Guangzhou, Chengdu o Chongqing con conexiones
directas con el exterior.
Mientras preparo mi próximo viaje a China, leo que el
Aeropuerto de Beijing está ya saturado, y que el Gobierno central acaba de
aprobar la construcción de un nuevo aeropuerto al sur de la capital, que tiene
prevista su entrada en funcionamiento a partir del año 2018.
No sé si
para entonces aún seguiré volando con tanta frecuencia, aunque estoy seguro que
me quedan aún algunas “vueltas al mundo” por realizar.
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